miércoles, 14 de octubre de 2009

La farola que miraba al cielo

Son muchas las fotos que saco donde las farolas son protagonistas. Algunas ya las he enseñado aquí mismo. Pero sólo desde hace un par de semanas las veo de otra forma. Incluso he buceado un poco por las fotos de los últimos meses y no he hecho más que confirmar lo que ahora pienso.
Desde entonces, si me fijo bien, descubro mucho de la personalidad de cada una. Algunas no pueden disimular su vanidad y se exhiben creyéndose el más hermoso de los cisnes, hinchado el ego conforme va atardeciendo.





Otras que, en medio de la nada, buscan la única sombra del día antes de alumbrar la noche, tan negra cuando no vives en la ciudad que las hay que se creen estrellas.





Todas, en mayor o menor medida, conversan con los vecinos y cada una según su carácter, claro está, que para éso no se diferencian mucho de las personas.
Las hay que disfrutan de la independencia que da vivir al otro lado de la carretera, aunque ésta no mida más de cinco metros, lo que a muchas les forja una alegre extroversión y a otras alguna temporada de depresión.







Y sería el cuento de nunca acabar porque describir farolas es semejante a hacerlo con gatos, perros, hombres...
Me he dado cuenta algo tarde, pero aún así tengo montones de retratos de farolas, sí, sacados desde la ignorancia, pero retratos igualmente porque tengo claro que ellas no hubieran posado de forma distinta si ya lo hubiera sabido. Ni yo habría sacado las fotos de otra manera.

Y todo desde que ví aquella farola cabizbaja y triste, en aquel triste y solitario rincón, colgada sobre la entrada de un taller cerrado hace meses. Me dió la impresión de estar cumpliendo algún castigo porque, después de observarla unos minutos, no parecía haber otro motivo que justificase tener a una pobre farola en aquel sitio anclada.







Confieso que las luces que me venían empezaban a irse por creerlas imposibles. Todas volvieron de golpe cuando, echando un ojo al resto de la nave, descubrí a una compañera situada para iluminar el desierto aparcamiento, a espaldas de la primera, sola también. Pero ésta, Dios sabe qué se le estaría pasando por la bombilla, había girado la cabeza y miraba las nubes pasar...






Podéis llamarme loco pero ahora las veo de otra manera.